Nunca imaginó Manuel Mirás que aquellas fiestas patronales que él amenizaba desde un palco estático, sin luces y tocando “a puro pulmón” acabarían pareciendo una gala eurovisiva. El hoy alcalde de Oroso (A Coruña) hizo sus pinitos hace 30 años como batería de una orquesta: “En Galicia hay 20 o 30 formaciones que montan espectáculos como si fueran estrellas mundiales. Tocar tocan poco, porque va casi todo enlatado, pero lo que hacen es impresionante”. El negocio de 50 millones de euros anuales que mueven las verbenas gallegas nació de los modestos donativos que las comisiones de fiestas de las aldeas recogían puerta a puerta. Y creció durante décadas en una jungla fiscal y laboral que lleva cinco años regularizándose a golpe de inspecciones y normativas.

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